El estudio más largo sobre la felicidad
Me gustaría platicarte del estudio más largo que se ha llevado a cabo en el tema de la felicidad. Se trata del estudio “Grant” llevado a cabo como parte de la investigación en Desarrollo Adulto de la Escuela de Medicina en la Universidad de Harvard en los Estados Unidos.
¿En que consiste? Por 75 años se le ha dado seguimiento a la vida de 754 hombres, año tras año, preguntándoles sobre su trabajo, vida familiar, su salud, y por supuesto sin saber que iba a suceder con sus vidas.
Este tipo de estudios son muy raros, ya que la mayoría de ellos se terminan en unos diez años, las personas que los iniciaron dejan de investigar, cambian de dirección o fallecen; el dinero se termina y con este la información.
En este caso, la suerte y la perseverancia de los investigadores a través de varias generaciones ha hecho que el estudio sobreviva y arroje resultados. Han sido cuatro los directores del estudio y se está empezando a estudiar a más de 2,000 hijos y nietos de estos hombres.
Inicio en el año del 1938 siguiendo la vida de dos grupos de hombres: un 40% fueron estudiantes universitarios de Harvard que estaban terminando su carrera, y el 60% restante provino de niños entre 12 y 16 años de edad provenientes de suburbios muy pobres, con familias en desventaja y de escasos recursos.
Al iniciar el estudio hace 75 años se les hicieron exámenes médicos, se les entrevistó a ellos y a sus padres y cada dos años se les volvió a contactar: escaneando sus cerebros, realizándoles pruebas de sangre, hablando con sus esposas e hijos acerca de sus inquietudes y logros.
Actualmente están vivos el 60% de estos hombres y los mayores tienen poco más de 92 años.
Después de catalogar y analizar miles y miles de hojas con la información recabado durante estos años, los resultados obtenidos no han tenido que ver con “dinero, fama o trabajo duro”.
Lo más increíble es el mensaje publicado y que se resume en tres grandes lecciones:
1. RELACIONES CERCANAS: los hombres de ambos grupos que reportaron estar más cerca de su familia, amigos o comunidad, tienen una vida más feliz y saludable que los otros.
También han vivido más tiempo en comparación a aquellos que reportaban sentirse solos.
La experiencia de vivir o sentirse “solo” ha resultado ser “tóxica”. Las personas que están más “solitarias” de lo que les gustaría estar son menos felices, su salud se deteriora en la vida de adultez media, el funcionamiento de su cerebro disminuye y viven menos años.
Y lo más triste es que muchas personas aunque vivan en familia o comunidad, dicen sentirse “solas”. Puedes sentirte solo-a en una multitud o en un matrimonio.
2. Segunda lección: “Calidad y no cantidad de relaciones”. No depende el número de amigos que tienes, tampoco si estás o no comprometido en una relación, lo que cuenta es la “calidad” de esa relación.
Por ejemplo: se ha demostrado que vivir en un constante conflicto en la familia o en el matrimonio es dañino para la salud, hasta más que el divorcio o la separación. Al vivir en relaciones cálidas y en armonía, surge en sentimiento de pertenencia.
Para los jóvenes de 20 años el número de relaciones amistosas o amorosas es importante, pero después de los 30 años lo que realmente importa es la “calidad” de estas relaciones.
3. Y la tercera gran lección que ha resultado de este estudio acerca de las relaciones y el bienestar de la persona, es que no solo protege al cuerpo sino que protege también al “cerebro”.
Sucede que al estar en una relación segura y cercana con otra persona a la edad de 80 años, ambos se sienten “protegidos”, saben que cuentan con la otra persona en momentos difíciles, y por lo tanto su “memoria” se mantiene activa por más tiempo.
Por el contrario, las personas que llegan a los ochenta años sin contar con una relación cercana, (no tiene que ser amorosa), experimentan un declive en su memoria.
Y no significa que estas relaciones tengan que ser cordiales en todo momento, se pueden experimentar discusiones y roces entre las personas, pero de base saben que cuentan unos con otros.
¿Por qué si parece tan sencillo no lo hacemos? Porque somos humanos y nos complicamos la vida.
Te invito a que reflexiones sobre esto, lo que realmente vale en la vida no cuesta dinero y es muy sencillo. Resultado de este estudio de 75 años: “BUENAS RELACIONES NOS MANTIENEN MÁS FELICES Y SALUDABLES. PUNTO” ¿Qué te parece?
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¿Eres demasiado sensible?
Quiero reflexionar contigo si eres una persona que se siente fácilmente, te molestan fácilmente los comentarios de los otros y piensas que lo hacen a propósito para molestarte.
La hipersensibilidad nos hace chocar dolorosamente con nuestro entorno. Estar siempre en guardia de lo que recibimos de los demás agota nuestra energía, es causa de aislamiento y provoca baja autoestima.
Sabías que la psicología lo define como PAS: personas altamente sensibles. Es una situación que no es absurda ni exagerada y suele suceder más de lo que pensamos.
Vivimos en un mundo densamente poblado que nos obliga al roce diario con decenas, a veces cientos de personas diferentes. Cada una de ellas tiene su propia visión de lo que es correcto o incorrecto, una manera de expresarse y de reaccionar ante los estímulos externos. No es de extrañar, por tanto, que salten chispas y malos entendidos.
Y si quien vive en esta sociedad acelerada tiene además la llamada “piel fina”, o demasiada sensibilidad, el sufrimiento y los conflictos están asegurados.
Decía sabiamente Platón: “Sé comprensivo, porque cada persona que encuentres en tu camino está librando una dura batalla”
Ya comentamos que además de minar la autoestima, estar siempre alerta agota nuestra energía y nos aísla socialmente. Las personas hipersensibles pierden amistades con facilidad y les cuesta adaptarse al entorno laboral.
Desde fuera parece que están en guerra con el mundo, aunque en el fondo lo están con ellas mismas.
Todos hemos convivido con personas demasiado susceptibles, que interpretan cualquier comentario como un ataque y van por el mundo sumando ofensas.
Son personas desconfiadas que están siempre a la defensiva y reaccionan con hostilidad a la primera de cambio.
¿Cómo son en el fondo estás personas? Son esclavos de la opinión de los demás o, lo que es peor, de lo que creen que los demás opinan de ellos. Por eso la persona susceptible tiene la capacidad de transformar una conversación intrascendente en una tensa batalla.
Una opinión, un comentario o incluso una simple mirada pueden bastar para prender la mecha.
La psicóloga clínica Trinidad Aparicio describe con los siguientes rasgos el perfil de un hombre o mujer hipersensible:
– Tiene una baja autoestima y es muy vulnerable emocionalmente
– Pierde el control cuando sospecha que murmuran sobre él o ella o cuando se siente atacado por algún comentario.
– Le afecta cualquier opinión y continuamente piensa en lo que debería haber respondido en el momento de supuestamente ser atacado.
– Tienen menos en cuenta los comentarios positivos que las críticas o comentarios negativos.
– Busca el reconocimiento externo en todo lo que hace y se valora en función de la opinión de su entorno.
– Sus reacciones son imprevisibles.
Como podrás observar, tras el perfil de una PAS, persona altamente sensible, se oculta, por una parte, una urgente necesidad de estima, y por la otra, una visión exagerada subjetiva de lo que ocurre a su alrededor.
Esto explica que, paradójicamente, el hipersensible pueda reaccionar de forma violenta, hiriendo la sensibilidad de los demás.
Según un estudio realizado en Estados Unidos, una de cada cinco personas padece hipersensibilidad, lo cual no necesariamente tiene que ser negativo.
Desde un punto de vista positivo tienen una especial capacidad para captar matices y sutilezas que a los demás les pasan inadvertidos; a menudo aportan a su trabajo y relaciones una buena dosis de visión y humanidad.
Normalmente son conscientes, creativos y minuciosos. Sin embargo a veces se involucran tanto y captan con tanta intensidad el sentido de lo que sucede a su alrededor, que necesitan desconectarse de su entorno en mayor medida que el resto de las personas.
Comparto contigo algunas claves que pueden ayudarte si eres una persona hipersensible:
– Pon las opiniones de los demás en cuarentena. En caliente tendemos a dramatizar situaciones que unas horas más tarde pueden no tener importancia. No envíes correos cuando te sientas dolido.
– Suspende el juicio. Cuando juzgamos a alguien, inevitablemente emitimos un veredicto e incluso un castigo psicológico. Podemos evitarlo renunciando a fiscalizar a los demás.
– No pronostiques conductas ajenas.
Si eres una persona hipersensible, goza de tu sensibilidad, pero no la exageres, ya que acabarás sufriendo mucho y alejada de tus seres queridos.
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¿Porqué nos cuesta trabajo perdonar?
Te perdono, pero constantemente te recuerdo lo que pasó; te perdono, pero no lo olvido; te perdono, pero algún día sentirás lo mismo que yo. ¿Lo has vivido? Puede que sí, por lo que sabes lo difícil que es perdonar; sobre todo cuando estamos llenas de resentimiento y recuerdos negativos.
En una ocasión, al término de una conferencia, se acercó una mujer y me dijo:
―Mi suegra nunca me agradeció que la cuidara durante sus últimos años. Ya murió pero estoy muy lastimada y no se lo perdono.
―¿Y hace cuánto que murió? ―pregunté.
―Hace quince años…
Este «volver a sentir», es decir, conservar el resentimiento, lleva revivir una y otra vez aquel daño que alguien voluntaria o involuntariamente nos infringió y que, a pesar del tiempo –precisamente por «resentirlo»–, sigue afectando nuestra vida poco o mucho. Desafortunadamente uno de los mayores obstáculos con que nos enfrentamos para ser felices y hacer felices a los demás es justamente no saber perdonar.
Vivir con resentimiento es como tener veneno por dentro; como cargar un inmenso costal a nuestras espaldas. Y como la mayoría no somos capaces de dar salida a la reacción emocional, esta ira reprimida causa severos males: ansiedad, cansancio, angustia, mal humor, incluso hasta enfermedades, ya que de una u otra forma somatizamos los sentimientos que no hemos procesado.
Pero lo más duro, lo más grave, es que proyectamos los efectos hacia otras personas, que por lo general son nuestros seres queridos: nos enojamos y les gritamos a nuestros hijos, esposo o amigos. Afectamos a aquellos que no tienen «vela en el entierro». Luego, el asunto se torna más profundo: estamos siempre de mal humor, nos quejamos de cualquier cosa, nos volvemos sarcásticas e hirientes, criticamos y todo nos parece mal.
Estos sentimientos que nos afligen y que no soltamos, semejan la siembra de una semilla que bajo la tierra crecerá y dará frutos. Así, estos sentimientos enterrados también darán frutos, pero serán de puro rencor y amargura.
Digamos que llenas una mochila de piedras y la llevas siempre a tu espalda. Cargarla todo el día es pesado, ¿no? Así es esto: dejar guardado aquel sentimiento sin procesarlo, sin aceptarlo, se queda en ti; y al experimentarlo una y otra vez, piensas que todo lo que te rodea es agresión.
¿Qué hacer entonces para evitar el resentimiento? Para empezar, es muy importante reconocer el sentimiento; es decir, identificar y verbalizar lo que sentiste ante la ofensa: entender qué fue lo que te molestó para poder expresarlo, ya sea en forma hablada o por escrito.
Luego habrá que analizar si la ofensa es realmente objetiva, o es algo subjetivo y que tú misma has creado. Lo principal es nunca quedarse con sentimientos negativos.
Un punto que se debe considerar es que el valor que le damos a la ofensa depende mucho más de nuestra respuesta personal que de su gravedad. En este sentido hay que utilizar la inteligencia para encontrar los motivos o razones del agresor, más que el dejarnos llevar por nuestras emociones.
Por ejemplo, una situación por la que han pasado muchas mujeres, y que se considera de las más difíciles de perdonar, es la infidelidad. En el momento en que te das cuenta de que tu esposo o novio te ha sido infiel te sientes enojada, ofendida, dolida, agredida. Si continúas te sentirás descalificada, insegura, tal vez devaluada. El proceso es muy duro de reconocer, pero llegar a lo más íntimo de tus sentimientos hará que le des el justo valor a la ofensa, y que el perdón sea posible.
Perdonar para vivir
Por otro lado, ¿qué es el perdón? Es aprender a vivir el presen- te con amor, sin rencores ni resentimientos. Se trata de una decisión personal para ver más allá de la ofensa y ser capaz de comprender y ser compasivo con el otro. Por supuesto, lleva su tiempo y es un proceso que se va dando poco a poco. Pero ante todo, es una actitud personal donde se elige mirar al otro sin juzgarlo, algo que se convierte en una forma de vida.
Perdonar nos convertirá de víctimas a mujeres capaces de relacionarnos de manera clara, compasiva y comprensiva. Por eso encontramos personas felices que viven en paz con los demás y otras que van por la vida llenas de rencores y resentimientos hacia quienes la rodean.
Perdón a uno mismo
No puedo dejar de insistir en otro punto fundamental: la relevancia de que, en primer lugar, sepamos perdonarnos a nosotras mismas; que aceptemos nuestros errores y defectos, logremos alejarnos de las culpas y reconozcamos que como seres humanos nos equivocamos mucho más seguido de lo que nos gustaría o de lo que llegamos a identificar.
Haz un alto en tu vida y piensa por qué debes perdonarte y a qué persona o personas no has logrado perdonar. Libérate de ese enorme costal, de ese veneno que te impide vivir en paz y en armonía. Recuerda, no necesitas del otro para perdonar. Para perdonar basta contigo mismo.
¿Cuál es tu opinión?
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¿Existen los hijos favoritos?
Crees tu que existen hijos favoritos para un papá o una mamá dentro de una familia? Como papás los amamos por igual a todos, pero eso de preferir o de llevarte mejor con uno que con el otro es algo que se ha estudiado y puede explicarse.
A este fenómeno se le ha denominado “preferencias y rechazos”. Muchos autores insisten en que es más correcto hablar de afinidades, de cercanía, de “inclinaciones hacia uno u otro hijo”
La preferencia por uno de los hijos es una realidad más común de lo que se piensa y responde a factores inconscientes que nada tienen que ver con la voluntad de los padres.
Un famoso artículo publicado por la revista Time se tituló: “?Por que a mamá le gustas más tu?”. Jeffrey Kluger, escritor del libro “El efecto de los hermanos”, señala que el 95% de los padres tienen un hijo predilecto y el 5% restante miente.
Los motivos por los que hay una mayor o menor afinidad por los hijos pueden ser muchos: tiene rasgos de alguien a quien queremos o a quien detestamos; es más o menos cariñoso; más o menos divertido; más o menos inteligente; ha llegado en un momento propicio o en un momento difícil de la relación de pareja; es un hijo deseado o fue sorpresa; tiene una personalidad más fácil o más compleja.
Se parece a mi mismo o es diametralmente opuesto; por lo que me llevo muy bien o choco constantemente; nos da una mayor satisfacción o menos. En fin, son muchos y muy variados los motivos.
El problema surge cuando no se trata de una cuestión de sentimiento sino que, en la práctica y vida diaria hay diferencia en el trato entre nuestros hijos. El hijo “no preferido es relegado o menospreciado consciente o inconscientemente.
Los celos entre hermanos son inevitables, especialmente cuando el hijo mayor ha estado solo mucho tiempo y se anuncia la llegada de un hermanito. Como todo en la vida, los celos entre hermanos generan consecuencias negativas pero también positivas. Lo importante es estar atento a estos comportamientos.
En algunos casos el error lo cometen los abuelos: invitan a dormir sistemáticamente más a uno que al otro, le dan mejores regalos, y esto provoca situaciones conflictivas.
Hay que ser muy cuidadosos en no cometer un error frecuente que es incentivar a los hijos mostrándoles lo que hizo su hermano mayor o menor. Tampoco debemos etiquetarlos para lo que son según nosotros buenos o malos: te gusta leer, eres malo para el deporte, eres muy tímido, etc.,etc.
La preferencia o rechazo hacia uno de nuestros hijos es algo natural e inconsciente. Sin embargo, una realidad es que nuestro amor debe manifestarse por igual para todos:
Los excesos de amor por uno de los hijos no generan problema de por sí. Es el descuidar los otros o hacer un trato diferencial y negativo el que lo tiene.
Debemos de corregir estas actitudes. Es posible cambiar una conducta ejercitando una actuación consciente que luego se convertirá en rutina. Busca decirles todas las cosas positivas que tienen; cuando hacen algo bien, al realizar un esfuerzo, cuando logran algo concreto. Nunca es demasiado.
Es indispensable corregir a nuestros hijos sin herirlos, especialmente aquellos que nos cuestan más trabajo. No seas violento, mejor sé constructivo.
Al igual que se tienen espacios para compartir con el hijo predilecto, se deben encontrar espacios para compartir con el o los demás.
– Favorece la armonía, compañerismo y amor entre los hermanos, será una inversión emocional a futuro.
– Estar disponible cuando él/ella lo necesite es la mejor forma de que sepa que también es importante.
– Evitar comparaciones entre los hermanos es indispensable para no agudizar las diferencias.
– No fomentes la rivalidad entre ellos.
– Las caricias y el contacto físico son una forma inequívoca de demostrar amor.
– Como padres debemos ser conscientes de nuestros comportamiento con nuestros hijos, un trato igualitario es el punto de partida para la armonía de la familia.
Los favoritismos que se manifiestan de forma evidente hacen que lo pasen mal tanto los hijos como los padres. Los padres se niegan a reconocerlo y los niños que no son los preferidos a menudo pueden experimentar sensaciones como confusión, resentimiento, enfado y baja autoestima.
Para el favorito, tener que responder siempre a las expectativas y siente presión por la carga que supone esa etiqueta.
Y cuando venga la pregunta: ¿a quien quieres más? Explicarle que cada uno es único, con ideas y sentimientos únicos, y que te sientes muy orgulloso de ser su padre o su madre.
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¿Y mi papá?
Al estudiar y observar a las familias de hoy, es evidente que la dinámica familiar ya es otra: el esquema en que la mujer se encargaba del hogar y de la educación de los hijos, en tanto el hombre figuraba como era el proveedor económico de la familia ya no es común.
Dado que las mujeres hemos cambiado significativamente nuestros roles y actividades, el hombre ¿hasta dónde ha asumido su propia misión en la familia?, ¿hasta dónde se involucra en la educación de sus hijos y no solo en su manutención?
Y es que los hijos necesitan, desde que nacen, el apoyo y apego de su padre, y la ausencia en la vida familiar de éste no es para nada justificable ante un exceso de trabajo. De hecho, éste es un punto de gran importancia y que muchos padres, en la actualidad, ni siquiera se han planteado. Diversos estudios han demostrado que la ausencia física del padre puede hacer mucho más daño psicológico al hijo que la ausencia natural producida cuando el padre muere, es decir, al niño le puede afectar más saber que su papá vive y que no le hace caso, a saber que murió y no cuenta con él.
Algunas de las consecuencias identificadas por los expertos, si el padre no está presente pueden ser: disfunciones cognitivas, déficits intelectuales, privación afectiva, inseguridad, baja autoestima y mal desarrollo de la identidad sexual.
Reconozcamos que muchas veces los papás estamos inmersos en el trabajo con la fija idea de generar bienes materiales, pero nos olvidamos de algo trascendental que es convivir con los hijos. Y en especial, suele ser el hombre quien se pierde de ese gran valor y satisfacción que brinda el ser un auténtico padre de familia.
Con gran impacto, recuerdo las palabras de un exitoso empresario: “He tenido mucho éxito en mi vida profesional, pero me arrepiento de no haber visto y gozado a mis hijos cuando éstos crecían. Ahora ya es demasiado tarde”
Cambiemos ahora las palabras de hombre y mujer, por las de papá y mamá. Tanto el padre como la madre de familia pueden dirigir su trabajo a robustecer su Yo; a tener popularidad, dinero, a amar a su profesión por encima de todas las cosas, o bien, a amar el bien de su familia.
En este sentido, considero que el trabajo debe estar por debajo del valor de la familia y no situarse al mismo nivel, ya que el motor del trabajo es la familia, pero el motor de la familia es mucho más amplio, es el amor. Vemos con tristeza cuántos hombres y mujeres ponen por delante el trabajo en su vida y acaban con el núcleo familiar.
La igualdad de oportunidades que estamos viviendo papás y mamás, exige la igualdad de responsabilidades, que habrá que llamar corresponsabilidad. Partiendo de que en el hogar hay dos cabezas que pueden alternarse, suplirse, complementarse, delegarse, o actuar simultáneamente según convenga a la familia.
Comparto contigo el siguiente relato que nos lleva a reflexionar sobre lo que hemos hablado:
Papá ¡yo quiero ser como tú!
Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal… pero yo estaba de viaje y no pude estar con mi esposa… ¡Tenía tantos compromisos!
Mi hijo aprendió a caminar cuando menos lo esperaba, y comenzó a hablar cuando yo no estaba… ¡Cómo crece mi hijo! ¡cómo pasa el tiempo!
A medida que crecía, mi hijo me decía:
―Papá ¿cuándo regresas a casa? ¡algún día seré como tú!
―No lo sé hijo, pero cuando regrese, jugaremos juntos, ya lo verás.
Mi hijo cumplió 10 años hace pocos días y me dijo:
―¡Gracias por el Nintendo papá! ¿quieres jugar conmigo?
―Hoy no hijo, tengo mucho qué hacer.
―Está bien papá, otro día será.
Se fue sonriendo, siempre en sus labios las palabras:
―Yo quiero ser como mi papá.
Mi hijo cumplió quince años hace poco y me dijo:
―¡Gracias por la moto papá! ¿quieres pasear conmigo?
―Hoy no hijo, tengo mucho qué hacer.
―Está bien papá, otro día será.
El otro día, mi hijo regresó de la Universidad hecho todo un hombre.
―Hijo, estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco.
―Hoy no puedo papá, tengo muchas cosas que hacer. Por favor, préstame el carro, tengo que hacer un trabajo en equipo.
Ahora ya estoy jubilado, y mi hijo vive en otra ciudad. Hoy lo llamé:
―Hola hijo, ¿cómo estás? ¡Me gustaría tanto verte!, le dije.
―Me encantaría papá pero no creo que vaya a tener tiempo.
Tú sabes… mi trabajo, los niños… ¡Pero gracias por llamar, fue increíble tener noticias tuyas!
Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo finalmente había llegado a ser como yo.
Recuerda, papá y mamá solo hay uno, tus hijos te necesitan!
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Violencia psicológica
La violencia de la cual escuchamos más hablar es aquella que deja marcado un rostro, un cuerpo, causado por golpes, apretones, empujones, quemaduras, entre otras.
Sin embargo hay una “violencia que no se ve”, que no es tan clara como la física, pero que daña enormemente a la persona, y me refiero a la “violencia psicológica o emocional”.
Definamos primero que es la violencia:
“Es todo acto de “poder u omisión intencional” que se ejerce sobre una persona, en los diferentes ámbitos de la sociedad y que la daña en su integridad”
Todas las personas podemos: sufrir violencia de otro u otra, o bien ser quienes ejercemos violencia a otro u otra.
Partamos de una principio básico: la violencia NO es un hecho natural, por naturaleza no tendemos a ser violentos.
Esta se aprende a través de la cultura, las instituciones, la familia, escuela, la comunidad o los medios de comunicación.
Se denomina violencia psicológica a una agresión realizada sin que medie contacto físico entre personas. Generalmente empieza poco a poco y se intensifica con el tiempo.
Aparecen: insultos, humillaciones, devaluación, descuido, abandono, celos, desamor, indiferencia, infidelidad, negligencia, comparaciones destructivas, descalificaciones, se le resta valor a la persona, se le intimida o una forma muy grave: el silencio.
Comparto contigo algunas formas en que se presenta este tipo de violencia, para que puedas analizar si la padeces, o bien, eres tu quien la está ejerciendo:
– Interrogar: la persona agresiva se dedica a preguntar como si fuera un policía en donde has estado, con quien, cuanto tiempo, como te has comportado.
– Mandar u ordenar: cuando uno tiene la costumbre de ordenar constantemente, con una expresión negativa que denota superioridad y menosprecio por la otra persona.
– Moralización: es una forma muy sutil de control, en la cual la persona se cree dueña absoluta de la verdad y juzga constantemente al otro. Lo hace con palabras paternalistas, pero que exigen de inmediato una acción “lo hago por tu bien”
– Interpretar: este tipo de comunicación supone que la persona que habla hace una lectura del pensamiento de la otra: “no lo haces porque seguramente estás arrepentida…”, decide por el otro.
– Imponer soluciones: el individuo toma la decisión sin consultar a la pareja: “lo he dicho yo, y con ello basta”
– Criticar: se aplica la crítica “destructiva”, basada únicamente en la confrontación y devaluación de la otra persona “si trabajaras un poco más, ya tendríamos por lo menos una casita”
– Ridiculizar: burlarse del otro en cualquier aspecto, ya sea a solas o en público.
– Despreciar: menospreciar al otro individuo: “eres una inútil, no haces nada bien”
– Reprender: la persona en vez de sugerir cambios, directamente critica al otro de forma destructiva: “la comida está malísima, mi mamá si sabe hacerla bien”
– Amenaza o coacción: en el maltrato psicológico que lleva años es muy típico encontrar que el agresor amenaza o coacciona si no se cumplo algo con hacer o dejar de hacer algo “si me abandonas, te mato”, “sino callas al niño, le parto la cara”
– Culpabilizar y hacerse la víctima: este fenómeno es muy común. El agresor proyecta su agresividad en la víctima y se percibe como inocente. “me enojo porque tu me provocas” “tu te lo buscaste”
– Pseudo-aprobación: la persona aparenta comprensión pero deja un sentimiento de culpabilidad en la persona que escucha: “entiendo que sea importante que vayas con tu mamá al hospital, pero yo me quedo sola, vete”
– Tranquilizar: la persona tras haber hecho algo malo, tiende a indicar que se tranquilice, que no se altere.
– Retirarse: se caracteriza por la pasividad, falta de compromiso por arreglar la situación, se da la indiferencia, el silencio. Esta agresividad es muy dura.
Todas estas manifestaciones provocan en la víctima sentimientos de baja autoestima, devaluación, aislamiento, depresión, y puede incluso llegar al suicidio.
Si estás viviendo una situación de violencia psicológica o emocional, se honesto-a y acepta si eres la víctima o el agresor y de inmediato trata de detenerla. Acude a un especialista ya sea psicólogo o terapeuta.
Recuerda, la violencia NO es algo natural de la persona, y definitivamente puede terminar con ella y su entorno.
Y tu ¿qué opinas?
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